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Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Artículos

Salid de ella pueblo mío

- 1ª advertencia: Fiestas-



Introducción


Es un hecho demostrado que en la historia de la humanidad, la sociedad ha desarrollado alrededor de su existencia, una dinámica social que descansa sobre sus creencias, de la misma forma esa historia he evidenciado como es que en muchas ocasiones esas creencias que dieron forma a la dinámica social son pasadas por alto, sea por desconocimiento, infravaloración, e incluso por un redimensionamiento de las mismas.


En la actualidad, refiriéndonos a esa dinámica social, muchas de las cosas que hacemos, pensamos o sentimos tienen su fundamento en creencias cuyas raíces en ocasiones se han perdido en el imaginario colectivo siendo, en la mayoría de los casos, reinterpretadas conforme al desarrollo cognitivo tanto individual como colectivo.


Año Nuevo, Día de San Valentín, Cuaresma, Halloween, Día de Muertos, Navidad, y Cumpleaños, forman parte de esa dinámica social a tal grado que es difícil desasociarla de la colectividad. En ocasiones esta dinámica social tiene un referente eminentemente religioso-como en el caso de Navidad-, en otras ocasiones la dinámica social ha perdido el referente religioso para instaurarse de lleno en el ambiente secular -como en el caso de los cumpleaños-, y en otras ocasiones esa dinámica social ha quedado atrapada entre esos dos extremos pudiendo ser inclinada hacia uno u otro -como en el caso de Año Nuevo. Independientemente de esto, cada dinámica social puede  ser entendida, sentida y vivida  de diferentes formas tanto por los individuos como por los grupos sociales.


La Escritura nos previene constantemente sobre esa dinámica social, ya que si no proviene de Dios, si no es conforme a Su voluntad, si no está de acuerdo a Sus mandamientos, compromete gravemente nuestra salvación. "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2), "En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio" (Tito 2:11-12), "No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre" (1 Juan 2:15), "¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios" (Santiago 4:4), "Porque nada de lo que hay en el mundo -los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida- proviene del Padre sino del mundo" (1 Juan 2:16).


Ante esta realidad, el consejo dado por Pablo a los de Tesalónica de "examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:21) adquiere especial relevancia ya que si bien mucha de esta dinámica social en sus inicios pudo ser claramente identificada con ese sistema contrario a Dios, no conforme a Su voluntad, no de acuerdo a Sus mandamientos, en muchas ocasiones o bien la sociedad les ha impreso de una nueva significancia que confunde al cristiano o bien el mismo cristiano las ha cobijado con argumentos personales de justificación, pero independientemente de ello hay una realidad de esta dinámica social que no cambia y que se refiere a sus orígenes y los detalles, la simbología, la práctica que subyace detrás de lo evidente.


Y son precisamente esos orígenes y los detalles, la simbología y la práctica que subyace detrás de lo evidente lo que nos interesan, no la reinterpretación que de esa dinámica social pueda hacer la sociedad o la significación justificativa que de la misma cada quien pueda hacer.


Cada dinámica social que se exponga se concluirá con seis preguntas: por un lado ¿está en la Biblia?, ¿Jesus y Sus apóstoles lo enseñaron?, ¿la verdadera iglesia de Dios en sus inicios lo observó?, y por otro ¿tiene raíces paganas?, ¿incorpora elementos religiosos paganos?, ¿forma parte de la corriente del mundo?


Conociendo esto, que la lectura de la Sagrada Palabra de Dios nos enseñe, redarguya, corrija e instruya (2 Timoteo 3:16) y que la guía el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios nos guíe a la verdad (Juan 16:13) de la fe que ha sido una vez dada a los santos para siempre (Judas 3).


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