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Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Desarrollo Empresarial · Gestión Universitaria · Liderazgo Emprendedor
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PRÓLOGO


Una universidad no puede ser definida por la magnitud de los bienes que posee, el tamaño de los recursos que administra o las características de los programas que oferta sino que necesariamente deberá hacer referencia al carácter de la gente que la compone, al compromiso con los valores que profesa y a la congruencia constante de las acciones que emprenda.


El valor de los diferentes modelos institucionales de las universidades sustentados en el trabajo, el servicio y la calidad tiene su referente en los valores de honestidad, solidaridad y justicia. Ya que solo un trabajo honesto es productivo, solo un servicio solidario es fructífero, y solo una calidad que exceda lo esperado es justa.


Quienes trabajamos en educación superior sabemos que no solo formamos profesionistas o generamos soluciones o divulgamos la ciencia y la cultura, sino que vamos más allá dándole, a quienes en nosotros buscan una respuesta, los conocimientos, las habilidades, las actitudes y los valores para remontar sus destinos, para lograr sus sueños, y para forjar por si mismos su propio futuro. En otras palabras sembramos semillas de esperanza, aliento y determinación que germinarán mucho después y cuyos frutos permanecerán incluso una vez que nos hayamos ido.


Por lo anterior lo más lógico, congruente e incluso moralmente aceptable para pretender liderar a la sociedad para crear así un mejor futuro, es ser capaces de pensar, de decir, pero sobre todo de vivir congruente y constantemente estos valores; después de todo si bien nuestros pensamientos nos guían y nuestros dichos nos comprometen, son nuestras acciones las que nos definen.


De la misma forma, en cuanto a la sociedad, ésta requiere y exige de toda universidad que de manera activa fomente y permita el debate y el libre intercambio de las ideas, que respete y promueva la justicia y la legalidad, que reconozca el buen desempeño y se exija más de lo que se espera de ella. Dicho de otra forma, que toda universidad sea un ejemplo de transparencia, consenso, inclusión, compromiso, rendición de cuentas y cordialidad.


En este sentido creo que este es un momento oportuno para reflexionar  sobre la manera en que podemos dinamizar las actividades sustantivas de nuestras universidades -formación, investigación y extensión de la ciencia y la cultura-, así como las operaciones de soporte, añadiendo valor a la interacción que tenemos con las personas, con nosotros mismos y con la comunidad.


En el caso de las personas, individual o colectivamente hablando, para enriquecer los tradicionales conocimientos, habilidades, actitudes y valores con nuevas expresiones que tiendan, en ese mismo orden, a la comprensión, la capacidad, la consistencia y el compromiso.   


En el caso de las mismas instituciones como universidades sustentadas  en el trabajo, el valor y el servicio, para que conservando los procesos académicos y administrativos acreditados y certificados basados en indicadores de eficacia, eficiencia y efectividad, se incluyan aquellos que nos hablen de relevancia, coherencia, y pertinencia.


Y en el caso de la comunidad en la que se está inserto y a la cual las universidades se deben para avanzar de los resultados cuantitativos y cualitativos válidos por sí mismos a contribuciones que reflejen la incidencia en aspectos como el consenso, la transparencia, la responsividad, la corresponsabilidad, la inclusión  y la cordialidad. Todo ello con un único fin: libertad; una libertad económica, política, social, religiosa, cultural; en otras palabras una libertad íntegra, impecable y total.


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